Imaginemos una época de prosperidad sin límites, algo impensable a día de hoy pero bueno, imaginar es algo (todavía) no muy costoso. Una época donde el progreso aparece en todas direcciones, creando continuamente nuevos escenarios bajo el lema de "lo nuevo es mejor" (que diría Barney Stinson). Nuevos edificios, nuevas maravillas mecánicas, nuevos trenes, nuevas sensaciones a cada momento.
Ese espíritu debió de vivirse a finales del siglo XIX en Europa y en Estados Unidos, y el ejemplo perfecto fue el crecimiento de las grandes ciudades. En una de ellas, Nueva York, transcurre la histora de Martin Dressler, un tipo soñador que se agarra a ese espíritu de progreso para triunfar en la sociedad de la época con sus ideas, con su espíritu inquieto. Un espíritu que le lleva de la tienda de cigarros de su padre a trabajar de botones en un hotel, puesto desde el que construirá una carrera meteórica en busca de satisfacer sus ambiciones, sus sueños. Sueños que tomarán la forma de una cadena de restaurantes, de un hotel, de otro hotel, siempre más lejos, siempre buscando algo nuevo.
Al tiempo que Dressler va subiendo en la escalera del triunfo, en su ámbito personal vive inmerso en un universo que se le escapa, donde sus deseos dificilmente encuentran correspondencia o si la tienen no es la que él esperaba. Su ambición, su continua insatisfacción lo lleva a límites que van mas allá de la sociedad de su tiempo, más bien llegan hasta el nuestro y sus visiones son ahora fácilmente reconocibles: el deseo de los américanos de hacer un mundo a su medida, la sustitución de lo real por lo artificial (en nuestra época, las creaciones de Dressler podrían entrar en los reinos de lo virtual), la búsqueda de sueños o visiones y lo que significa conseguirlos, la prisa continua por mejorar, cambiar, cambiar de nuevo, tirar lo viejo. La Nueva York de Dressler es un paisaje en continuo cambio, que da la bienvenida a los que sueñan y crean pero que al mismo tiempo no les perdona el que vayan más allá de algunos límites y cuando éstos son traspasados, no duda en devorarlos.
La historia de Dressler es contada por Steven Millhauser (Libros del Asteirode) con maestría, poniendo el detalle tanto en lo exterior (la recreación de la ciudad en el cambio de siglo) como el lo interior (las tribulaciones íntimas de su protagonista). La historia cubre desde el realismo minucioso a ecos fantásticos en su último tercio, y se deja en la memoria un poso de satisfacción y también de cierta inquietud al reconocer y reconocernos en esa época que es, en muchos detalles, muy parecida a la nuestra.
Ese espíritu debió de vivirse a finales del siglo XIX en Europa y en Estados Unidos, y el ejemplo perfecto fue el crecimiento de las grandes ciudades. En una de ellas, Nueva York, transcurre la histora de Martin Dressler, un tipo soñador que se agarra a ese espíritu de progreso para triunfar en la sociedad de la época con sus ideas, con su espíritu inquieto. Un espíritu que le lleva de la tienda de cigarros de su padre a trabajar de botones en un hotel, puesto desde el que construirá una carrera meteórica en busca de satisfacer sus ambiciones, sus sueños. Sueños que tomarán la forma de una cadena de restaurantes, de un hotel, de otro hotel, siempre más lejos, siempre buscando algo nuevo.
Al tiempo que Dressler va subiendo en la escalera del triunfo, en su ámbito personal vive inmerso en un universo que se le escapa, donde sus deseos dificilmente encuentran correspondencia o si la tienen no es la que él esperaba. Su ambición, su continua insatisfacción lo lleva a límites que van mas allá de la sociedad de su tiempo, más bien llegan hasta el nuestro y sus visiones son ahora fácilmente reconocibles: el deseo de los américanos de hacer un mundo a su medida, la sustitución de lo real por lo artificial (en nuestra época, las creaciones de Dressler podrían entrar en los reinos de lo virtual), la búsqueda de sueños o visiones y lo que significa conseguirlos, la prisa continua por mejorar, cambiar, cambiar de nuevo, tirar lo viejo. La Nueva York de Dressler es un paisaje en continuo cambio, que da la bienvenida a los que sueñan y crean pero que al mismo tiempo no les perdona el que vayan más allá de algunos límites y cuando éstos son traspasados, no duda en devorarlos.
La historia de Dressler es contada por Steven Millhauser (Libros del Asteirode) con maestría, poniendo el detalle tanto en lo exterior (la recreación de la ciudad en el cambio de siglo) como el lo interior (las tribulaciones íntimas de su protagonista). La historia cubre desde el realismo minucioso a ecos fantásticos en su último tercio, y se deja en la memoria un poso de satisfacción y también de cierta inquietud al reconocer y reconocernos en esa época que es, en muchos detalles, muy parecida a la nuestra.
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