sábado, 24 de noviembre de 2007

Las tinieblas de Russell Banks


A veces es toda una aventura seguir a algunos autores americanos en España. Me pasó con E. L. Doctorow y también con Russell Banks. Las obras de este último autor han sido publicadas por cinco editoriales (Anagrama, Destino, RBA, Losada y Bruguera) de manera que hay que recorrerse toda la librería para encontrarlas (cosa algo difícil por que me temo que se descatalogan al poco de publicarse). Conocí a Banks gracias a Aflicción (Anagrama), novela que cuenta una historia de autodestrucción terrorífica con un personaje central de los que se te quedan clavados a la memoria. Curiosamente, cuando la leía, le puse al protagonista la cara del actor Nick Nolte y cuando, unos años más tarde, Paul Schrader hizo una adaptación al cine de la novela, eligió a Nolte para que la protagonizara. Al poco tiempo seguí leyendo a Banks en Como en otro mundo (Anagrama), novela también terrible que cuenta lo que le ocurre a una comunidad cuando lo peor que podía suceder ya ha sucedido y lo único que queda es un “dulce porvenir” (como el propio autor tituló originalmente la novela). De ella, el raro Atom Egoyan hizó también una adaptación al cine.

En las historias de Banks no existen buenos ni malos, sus personajes son complejos, densos, y las decisiones que toman los suelen encaminar por caminos muy negros. En sus tramas hay tensión, violencia, pero también una muy trabajada humanidad. Puede que no te gusten sus personajes pero seguro que te los crees. Además, sus personajes suelen acabar tan mal que, no se quien, escribió que "nadie tiene peor suerte que el protagonista de una novela de Russell Banks".

A pesar de ese destino gafado de los protas de sus novelas, yo sigo leyéndolo y así me he encontrado, un poco por casualidad, a Hannah Musgrave, la prota de su última novela, Una americana consentida, publicada por RBA y que he estado leyendo en una infame edición de bolsillo. La historia de Hannah la lleva, desde la América de los setenta hasta Liberia, donde se casará y formará una familia sobre el trasfondo de un país que no entiende, de un continente al que mira con ojos de superioridad y donde la tragedia de la guerra civil la llevará a tomar decisiones terribles. Después de casi quinientas páginas de novela no se si me cae bien la prota, lo que se es que he compartido con ella sus decisiones y las consecuencias que le acarrean, ella es honesta consigo misma y con nosotros los lectores de su historia, algo que Banks se toma muy en serio. En sus novelas siempre busca un compromiso con el lector, lo lleva de la mano hasta el mismo infierno si hace falta pero nunca lo suelta ni le da gato por liebre, sus personajes son también así, se equivocan, caminan en tinieblas sin saber bien lo que hacen, aunque sea con las mejores intenciones. Banks mezcla de forma magistral en esta novela la historia con su ficción, con un engarce preciso que no chirría nunca.

Una americana consentida es una novela llena de información, desde la historia de Liberia hasta los tejemanejes de la CIA en África o una radiografía feroz de los movimientos estudiantiles en EEUU en los setenta, y tiene una historia dura que se lee con entusiasmo y que no defrauda, así como un personaje de esos que no se van de la memoria en mucho, mucho tiempo. También es el retrato de una época que ya no existe, y no por casualidad, en sus últimas páginas aparece la sombra del 11 de septiembre como un abismo insalvable en la conciencia y los miedos americanos.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

FernanGómez


Me acabo de enterar de la muerte de Fernando Fernán Gómez. Me siento bastante triste por ello ya que la personalidad de este actor tremendo, su voz y la dignidad extrema que otorgaba a cada uno de sus personajes me parecen irrepetibles.

Descanse en paz.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Finales felices


La novela que estoy leyendo se encamina ya hacia su parte final. Parece, a estas alturas, que todos los acontecimientos narrados están uniendo sus fuerzas para un final que no pinta nada bien para los protagonistas. Creo, aunque puedo equivocarme, que la historia no tiene nada parecido a un final feliz. Pero, pese a ello, sigo leyendo.

Esto, hace años, me hubiera cabreado un montón. De pequeño me encantaban los finales felices, los desenlaces donde todo cambia a un segundo del desastre y los héroes acaban ganando la partida. Y es que no hay nada como un final rotundo, con risas y felicidad. Puede que hayamos pasado por penalidades sin cuento, horrores tremebundos, luchas y más luchas, y todo eso nos ha dejado exhaustos, sí, pero sabemos, deseamos, esperamos, que todo lo sucedido tenga un sentido.

Por que de eso se trata, a fin de cuentas. Todas las peripecias pasadas por los protagonistas de esas historias vuelven su mundo, sus esperanzas de futuro, sus planes, parecen rotos por la fatalidad, por que hay unos malos malísimos que se empeñan en aguarles la fiesta o por alguna razón absurda. Pero, a pesar de ello, esperamos que todo ese proceso nos lleve a una lógica, los buenos ganan, sufren y aprenden, recuperan lo perdido siendo mejores, más sabios, más valientes. El mundo tiene, después de todo, un sentido. Eso es lo que nos gusta y lo que deseamos encontrar. Y eso es así, al menos durante un tiempo.

Ya se que, para muchos, los libros forman un refugio frente a lo que nos pasa todos los días, un refugio donde al menos es posible encontrar finales felices. Pero también en los libros encontramos oscuridad, personas buenas que se vuelven malas, finales terribles. ¿Hay que pasar por ellos? Me temo que sí por que, a fin de cuentas, los libros son nuestras creaciones, y de la misma forma que nos proporcionan felicidad pueden traernos lucidez. Y así imagino yo a muchos libros, como luces en las sombras que nos rodean, luces dolorosas en las que nos apoyamos para escapar pero que también nos permiten ver lo que somos y dónde nos encontramos. Y ver, y vernos, es un ejercicio donde en muy pocas ocasiones se alcanza un final feliz.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Ojos de lector

Conforme me hago mayor, tiendo a ser más impaciente a la hora de leer. En consecuencia, crece el número de libros que no acabo. Y eso que no terminar un libro me sienta fatal, ya que imagino que esa es la mayor traición que se le puede hacer. ¿por qué no se acaba un libro? ¿Quién o qué falla? Cada lector puede aportar sus respuestas. En mi caso, la impaciencia se debe a un choque de expectativas, lo que espero del libro no llega y, aunque se deja siempre un margen de confianza, el número de páginas que conforma ese margen es cada vez menor.

Al hacernos lectores más expertos, más adultos, nuestra forma de enfrentarnos a los libros, nuestra forma de leer, cambia. Perdemos la inocencia lectora a cambio de una cada vez mayor experiencia. Nuestros ojos entonces adquieren gustos, manias, creen reconocer los trucos de aquellos libros que consideramos malos, los ven venir, e incluso se erigen en jueces. No tenemos demasiado tiempo, así que nos fiamos de su criterio.

Claro que, a veces, los libros nos sorprenden. Por eso me sienta tan mal dejar un libro sin terminar de leer, siempre pienso que hay algo, justo al pasar la página, que me puede dejar asombrado. Y siempre me acuerdo de Santuario, de William Faulkner.

Hace ya algunos años de esta historia. Compré Santuario en una edición de Círculo de lectores por que Faulkner me habían intrigado en un libro de relatos editado por Alianza que se llama Gambito de caballo. Empecé a leer con entusiasmo, y aunque yo era y soy un lector desesperadamente lento, aquella novela me parecía un poquito dura. El argumento es un culebrón de violencia y sexo digno de cualquier escritor de novela negra pasado de rosca, pero la dureza estaba en el estilo de Faulkner, denso, muy denso, pensaba, de tal manera que me costaba horrores pasar cada página, avanzaba penosamente y no tenía nada claro que aquella historia me llevara a algún sitio. Con mis ojos lectores de ahora, puede que hubiera abandonado Santuario al poco tiempo. Pero aquel verano seguí adelante. Y no recuerdo en que página sucedió pero el caso es que de repente el libro me atrapó completamente. Y aunque la historia se volvía cada vez más terrible, no me importaba por que estaba absolutamente deslumbrado, y así seguí hasta la última página que crucé veloz unos días más tarde.

A veces echo de menos esa perseverancia lectora, esa inocencia que yo ya creo irrecuperable. Por eso pienso que algún que otro Santuario se ha quedado en el limbo de los libros no acabados por culpa de mi impaciencia. Y desde la estantería me mira sabiendo que he cometido un error, puede incluso que un error gravísimo.