jueves, 1 de noviembre de 2007

Ojos de lector

Conforme me hago mayor, tiendo a ser más impaciente a la hora de leer. En consecuencia, crece el número de libros que no acabo. Y eso que no terminar un libro me sienta fatal, ya que imagino que esa es la mayor traición que se le puede hacer. ¿por qué no se acaba un libro? ¿Quién o qué falla? Cada lector puede aportar sus respuestas. En mi caso, la impaciencia se debe a un choque de expectativas, lo que espero del libro no llega y, aunque se deja siempre un margen de confianza, el número de páginas que conforma ese margen es cada vez menor.

Al hacernos lectores más expertos, más adultos, nuestra forma de enfrentarnos a los libros, nuestra forma de leer, cambia. Perdemos la inocencia lectora a cambio de una cada vez mayor experiencia. Nuestros ojos entonces adquieren gustos, manias, creen reconocer los trucos de aquellos libros que consideramos malos, los ven venir, e incluso se erigen en jueces. No tenemos demasiado tiempo, así que nos fiamos de su criterio.

Claro que, a veces, los libros nos sorprenden. Por eso me sienta tan mal dejar un libro sin terminar de leer, siempre pienso que hay algo, justo al pasar la página, que me puede dejar asombrado. Y siempre me acuerdo de Santuario, de William Faulkner.

Hace ya algunos años de esta historia. Compré Santuario en una edición de Círculo de lectores por que Faulkner me habían intrigado en un libro de relatos editado por Alianza que se llama Gambito de caballo. Empecé a leer con entusiasmo, y aunque yo era y soy un lector desesperadamente lento, aquella novela me parecía un poquito dura. El argumento es un culebrón de violencia y sexo digno de cualquier escritor de novela negra pasado de rosca, pero la dureza estaba en el estilo de Faulkner, denso, muy denso, pensaba, de tal manera que me costaba horrores pasar cada página, avanzaba penosamente y no tenía nada claro que aquella historia me llevara a algún sitio. Con mis ojos lectores de ahora, puede que hubiera abandonado Santuario al poco tiempo. Pero aquel verano seguí adelante. Y no recuerdo en que página sucedió pero el caso es que de repente el libro me atrapó completamente. Y aunque la historia se volvía cada vez más terrible, no me importaba por que estaba absolutamente deslumbrado, y así seguí hasta la última página que crucé veloz unos días más tarde.

A veces echo de menos esa perseverancia lectora, esa inocencia que yo ya creo irrecuperable. Por eso pienso que algún que otro Santuario se ha quedado en el limbo de los libros no acabados por culpa de mi impaciencia. Y desde la estantería me mira sabiendo que he cometido un error, puede incluso que un error gravísimo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nos hacemos mayores ... y una de las cosas que se aprenden es a discernir entre lo importante y lo verdaderamente importante. (No está mal la reflexión que haces)

Anónimo dijo...

Hola. Me pasa lo mismo que a tí. Comienzo un libro y le doy un margen de 100 páginas (creo que fue Umberto Eco, en las apostillas a "El nombre de la Rosa", quien mencionó este margen). Lamento decir que si en la página 101, más o menos, el libro aún no ha conseguido captar mi atención y mi deseo de seguir leyendo, lo abandono sin remordimientos. No dispongo de mucho tiempo para leer y prefiere destinar el poco que tengo a libros que verdaderamente consigan transportarme a otro lugar sin que para ello se requiera esfuerzo por mi parte para seguir leyendo. Felicidades por tu blog, lo leo a menudo y me gusta.