martes, 26 de junio de 2007

Contar la realidad. Descubrir la realidad.


Siempre me ha gustado leer libros sobre ciencia. Esta afición tan rara tiene su explicación en el entusiasmo que me transmiten a veces los autores de los buenos libros sobre ciencia. Ese entusiasmo se basa en el vértigo que me producen éstos, en la sensación de descubrimiento o re-descubrimiento, en las puertas de curiosidad que nos abren como el que no quiere la cosa, y en la maravillosa sensación que transmiten de novedad: todo lo que nos rodea es de repente más nuevo, más extraño, más apasionante. Al contar la realidad, nos la descubren con otros ojos, nos transmiten las búsquedas y luchas de aquellos que bucean en las tripas de las cosas, la formación de sus ideas y los triunfos y fracasos de nuestros intentos por comprender lo que nos rodea. No hay muchos autores ni muchos libros que me hagan sentir de este modo. Recuerdo en primer lugar Caos, de James Gleick, hace ya unos años. Y poco después, algunos libros de Ilya Prigogine sobre su forma de entender la ciencia y el mundo (En especial La nueva alianza). No me pasó, extrañamente, con el Quijote de la divulgación científica (esto lo digo por que se supone que éste es el libro que todos tenemos en casa, que se supone que hemos leído y que nos encanta): La historia del tiempo de Stephen Hawking. Paradigma del best-seller de / sobre ciencia que promete mucho más de lo que da (esto son manías mías ya que prefiero entender lo que me rodea a los misterios del Universo, aunque quede un poco raro decirlo así).
Esta sensación de vértigo la he vuelto a tener al leer Un universo diferente, de Robert B. Laughlin, editado por katz. A pesar de una traducción que chirria un poco, las ideas que transmite este libro son tan buenas que uno se vuelve a su alrededor para comprobar que lo que nos rodea, aun siendo lo mismo de hace un rato, ya no se ve con los mismos ojos. El lenguaje está exento de tecnicismos y lleno de imágenes que ayudan a comprender muchos de los temas de los que habla. Como todos los libros de divulgación, con este uno se siente a veces muy listo (cuando cree que entiende perfectamente de lo que le están hablando) y a veces un burro sin solución (cuando cree que no entiende absolutamente nada de lo que le están hablando). En mi opinión ganan los buenos momentos y por ello recomiendo (vaya osadía, si ya nos cuesta leer, cuánto más un libro sobre ¡¡Física!!) este nuevo universo que, mira por donde, ha resultado ser el de siempre sólo que contemplado con nuevos y curiosos ojos.

sábado, 2 de junio de 2007

Expiación


Acabo de terminar Expiación, novela del inglés Ian McEwan que, entre otras muchas cosas, cuenta las dificultades de la propia redención. Hay novelas que yo clasificaría como morales, en el sentido de que en el centro de lo que nos cuentan se halla un problema precísamente moral. Sostiene Pereira, de Tabucci, se podría ceñir bien a este calificativo porque trata de cómo ese Pereira que da título a la historia tiene que tomar una decisión, y no cualquier decisión, no, sino una que se refiere a actos morales, aquello de diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal. En Expiación, este punto de partida va más lejos por que uno de los personajes principales comete "un crimen", como él mismo afirma, crimen que necesita purgar, expiar, y para ello se impone a sí mismo la búsqueda de un posible perdón a los actos cometidos. McEwan no nos lo pone fácil con la novela por que, aunque a primera vista pueda parecer una de esas historias como las de antes, incluso con ciertos toques de culebrón (muy a la inglesa, eso sí), le da a la historia una estructura un poco desconcertante, y nos regala una conclusión que, según el talante de cada cual, puede considerarse como esperanzadora o terrible. Creo que es en esa mezcla de posibilidades está lo mejor de esta historia, en unos personajes que tienen tantas sombras como luces y con los que uno (al menos yo), no sabe muy bien con qué carta quedarse.
En mi caso, me quedo con un poco de melancolía (será que hoy lo veo todo medio vacio), por que el consuelo que propone no escamotea los filos de la realidad. Aunque he de decir que en esta historia hay muchas más cosas, desde un (sarcástico) retrato del British way of life y de las extrañas costumbres de los ingleses, hasta pinceladas sobre la segunda guerra mundial (la carnicería de Dunkerke) y una reflexión muy interesante sobre la creación literaria y sus límites. Además, el uso de la voz narradora es estupendo, preguntándonos en más de una ocasión quién es aquel que nos cuenta lo narrado y por qué elige hacerlo como lo hace. Una voz que también tiene trampa aunque el descubrirla nos lleva a plantearnos el sentido de lo que se nos ha contado.