Regalar es algo realmente complicado. Regalar un libro es algo realmente muy complicado. En la mayor parte de los casos fracasamos en el intento de que el objeto del regalo, el libro, le guste a aquel a quien lo regalamos. Y esto se puede deber a una o varias confusiones. Pensamos que nuestros gustos en cuestión de libros y los gustos de aquel a quien regalamos son los mismos, o similares. Creemos saber que lo que un libro puede ofrecer es precisamente lo que está necesitando aquel en quien pensamos. A veces, de forma extraña, acertamos.
Durante algunos años, cuando tenía que regalar algo, siempre escogía Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza. He de confesar con cierto sonrojo que llegué incluso a regalarlo dos veces a la misma persona, la cual, para mi desgracia ya se lo había leído la primera vez que se lo regalé y me lo recordó la segunda vez. Desde aquel suceso lamentable, solo le regalo libros a Clara y reconozco que el porcentaje de aciertos no supera el 40-50 por ciento. Mi mayor éxito fue La quinta mujer, de Henning Mankell, libro éste que ella devoró y que se convirtió en el primero de muchos otros de este autor.
Hoy, día del libro, he de buscar otros libros para regalar y siempre me aborda el mismo sentimiento confuso. Los libros me dan muchas cosas: preguntas, sombras, sonrisas, dudas, tensiones, placer, inquietud. Los buenos libros me cambian. Los malos se limitan a dejarse leer sin aportar nada. Se publican muchísimos libros. Cada visita a las librerías o bibliotecas me sitúan ante mi propia ansiedad al saber que no seré capaz de leer aquello que me apetece. Ahora mismo tengo por delante libros largos, cortos, dos nuevos de Lobo Antunes, apuestas, sorpresas, decepciones, muchos ratos pasando páginas.
No se por qué se regalan libros. No se por qué se leen libros. Pero en mi caso, es una cuestión de egoísmo: me lo paso muy bien con ellos, me suelen dar mucho más de lo que les pido.
Feliz día del libro.