sábado, 1 de noviembre de 2008

Ceremonias otoñales


Ya se que hace rato que estamos en otoño pero, al menos para mí, hay dos momentos que marcan, más claramente que cualquier otro, la realidad otoñal. El primero es el que corresponde al cambio de hora que se realiza el último fin de semana de octubre y del cual, a estas alturas, hace ya una semana. Ese cambio de hora siempre me ha desconcertado y las mismas preguntas tontas me surgen una y otra vez: ¿de dónde viene la hora que nos "regalan" con ese cambio? ¿Es la misma hora que nos quitaron en primavera? Si es así, ¿qué ha hecho esa hora viajera durante este tiempo? Quizá influenciado por los libros sobre los que trabaja mi lunática particular, me imagino que a las dos de la mañana del pasado sábado, entraba en todos los rejoles a la vez una hora (no se por qué la veo con sombrero y maleta, algo bronceada), que saluda a sus compañeras de reloj y éstas, más envidiosas que alegres, le preguntan cómo le ha ido, qué lugares ha visitado, si este año ha sido más movido que el pasado, en fín, ese tipo de cosas que se cuentan las horas entre sí cuando tienen tiempo. Y mientras, nosotros, ajenos a estas confidencias horarias, nos despertamos con un jet-lag espeso que nos hizo sonambulear el pasado domingo (bueno, yo sigo un poco desvelado por esa hora de más que me desajusta), y no era extraño ver a la gente caminar despacio, confundida y con una especie de tristeza adelantada por aquello de que a las seis de la tarde ya se ha ido el sol. A mí, estas tardes tan oscuras me hacen recordar cuando era un chaval, amante del bocata vespertino y de leer tebeos en una mesa camilla, en fin, vidas de aventuras constantes. Pero ahora, sin tebeos y sin mesas camilla, extrañamente sin tiempo a pesar de esa hora de más venida de vaya usted a saber, esa oscuridad me pone un poco de mal humor. Claro que es un mal humor de segunda, sin efectos secundarios permanentes.
La otra ceremonia otoñal por excelencia es la visita a los cementerios el primero de noviembre. A mí, antes, me encantaba visitar los cementerios por todos los santos. Me parecían lugares raros, llenos de silencios ruidosos, de un olor dulzón a flores un poco pasadas y de fotografías antiguas. Además, la visita a las calles atestadas del cementerio de mi pueblo en el día de los santos tenía mucho de reunión familiar, de puesta al día, de atestado notarial del paso del tiempo en las caras de los demás. Con el tiempo, como vamos dejando pedazos de nosotros en esas calles y algunos de nuestros silencios, me ha parecido mejor distanciarme de ellos. Ese cementerio, mi cementerio, me parece, a pesar de estas más lleno que antes, un poco más solitario. Me recuerda que es otoño, que anochece antes, que no sabemos qué hacer con una hora salida de vete a saber dónde que, más que regalada, parece prestada y es algo inútil por que allí, en las empinadas calles llenas de flores, no te permite recuperar nada. Si acaso, mirar a esas fotos que encierran rostros que conociste y poco más.
Feliz otoño.

No hay comentarios: