martes, 17 de febrero de 2009

Herida


Tras ver El curioso caso de Benjamin Button, la última película de David Fincher. me quedó una sensación de melancolía que todavía me dura. Desconozco la suerte que correrá esta película en los próximos Oscar aunque me da un poco lo mismo, dado que el gran número de disgustos que me han dado y de decisiones desconcertantes que me han sorprendido, no les doy demasiada importancia.
Pero volviendo a Button, esta historia que poco tiene que ver con su origen literario (un relato de Scott Fiztgerald), se sumerge en la herida más dolorosa, el paso del tiempo. Button es, a este respecto, un hombre a la inversa ya que al crecer se hace más joven. Esta anormalidad, que en la primera mitad de su vida pasa de algo casi "normal" (al crecer el protagonista en un asilo de ancianos donde simplemente es uno más) hasta una especie de elemento maravilloso positivo, se transforma en su vejez en una marca que lo aleja de todos y le condena a no tener nada ni nadie. Los años transcurridos deja sus cicatrices en todos nosotros pero si alguien carece de esas cicatrices o incluso parece ir en dirección contraria se convierte en un elemento no deseable. Button, el protagonista, vive siempre con una actitud de levedad con respecto a su propia vida, se sabe diferente y, conforme crece, condenado a estar solo. Por ello, solo desea aquello que no tiene, una normalidad que no le llegará.
Su historia se mezcla con la de otros personajes que también se saben especiales o que creen que pueden serlo. Y está contada con una elegancia que no recordaba haber visto hace mucho. La forma en la que esta historia nos llega es de una suavidad considerable, sin prisas, evaluando las consecuencias de cada personaje, de cada momento. Busca la emoción pero no abusa del melodrama (a pesar de serlo, y de serlo de forma radical). Hasta los elementos fantásticos de la historia no son tratados con enfasis sino como parte natural de lo que se nos cuenta.
En resumen, una película que nos deja en esa melancolía que tiene el peso de las cosas ciertas.

domingo, 8 de febrero de 2009

Darwin


Si en mucho ha contribuido la ciencia desde mediados del siglo XIX al desarrollo de la humanidad, también, y muy especialmente, le ha bajado los humos al homo sapiens y le ha puesto en un lugar humilde y deprimente. Antes de toda esa revolución la tierra era el centro del Universo (o al menos lo fue durante un tiempo), el hombre era imagen y semejanza de Dios y, entre sus múltiples capacidades, había construido una serie de conocimientos que lo hacían señor de todo y de todos y que se había terminado de construir allá por el siglo XVIII.

Pero entonces, cuando todo estaba hecho, comenzaron a aparecer grietas en el edificio. Grietas como las teorías de Einstein, la mecánica cuántica, los trabajos de Gödel, las ideas de Freud, y antes de todos ellos, las ideas sobre la naturaleza de Charles Darwin que le condujeron a formular su teoría sobre el origen de las especies.

Es curioso que, aunque en apariencia nadie parece cuestionar las bases de la relatividad o la mecánica cuántica, quizá por que no se entiende y es sencillo reducirlas a algo parecido a la magia o a algo sin influencia en nuestra vida cotidiana, todavía hoy se libra una gran batalla sobre las ideas de Darwin y la teoría de la selección natural, y se la enfrenta a toda clase de pseudociencias varias como el diseño inteligente y demás. Supongo que uno de los problemas es que la selección natural darwiniana nos coloca en un paisaje mucho menos agradecido que el génesis, y al mismo tiempo cuestiona de forma radical el sentido de que estemos aquí.

Parece que en Europa, donde se tiene en apariencia una visión más dada a la razón, esta batalla no tiene mucho sentido pero no es cierto. El auge de las creencias religiosas o de raíz religiosa en los últimos tiempos ha hecho que se quieran introducir dudas sobre la validez de la teoría y se propongan alternativas a las que se les da el mismo valor, cuando no tienen nada que ver. Será que no nos gusta no ser el punto más alto de la cadena, que nos miramos con cierto orgullo. Además, la propia teoría de la evolución tiene en su propio seno múltiples discusiones sobre cómo funciona, aunque éstas no recurren (al menos por ahora), a dioses en la máquina.

En fin, que la polémica sigue y, al menos, hay mucho donde leer, mucho donde pensar y batallas que librar.

Bienvenidos todos al año Darwin.