La novela que estoy leyendo se encamina ya hacia su parte final. Parece, a estas alturas, que todos los acontecimientos narrados están uniendo sus fuerzas para un final que no pinta nada bien para los protagonistas. Creo, aunque puedo equivocarme, que la historia no tiene nada parecido a un final feliz. Pero, pese a ello, sigo leyendo.
Esto, hace años, me hubiera cabreado un montón. De pequeño me encantaban los finales felices, los desenlaces donde todo cambia a un segundo del desastre y los héroes acaban ganando la partida. Y es que no hay nada como un final rotundo, con risas y felicidad. Puede que hayamos pasado por penalidades sin cuento, horrores tremebundos, luchas y más luchas, y todo eso nos ha dejado exhaustos, sí, pero sabemos, deseamos, esperamos, que todo lo sucedido tenga un sentido.
Por que de eso se trata, a fin de cuentas. Todas las peripecias pasadas por los protagonistas de esas historias vuelven su mundo, sus esperanzas de futuro, sus planes, parecen rotos por la fatalidad, por que hay unos malos malísimos que se empeñan en aguarles la fiesta o por alguna razón absurda. Pero, a pesar de ello, esperamos que todo ese proceso nos lleve a una lógica, los buenos ganan, sufren y aprenden, recuperan lo perdido siendo mejores, más sabios, más valientes. El mundo tiene, después de todo, un sentido. Eso es lo que nos gusta y lo que deseamos encontrar. Y eso es así, al menos durante un tiempo.
Ya se que, para muchos, los libros forman un refugio frente a lo que nos pasa todos los días, un refugio donde al menos es posible encontrar finales felices. Pero también en los libros encontramos oscuridad, personas buenas que se vuelven malas, finales terribles. ¿Hay que pasar por ellos? Me temo que sí por que, a fin de cuentas, los libros son nuestras creaciones, y de la misma forma que nos proporcionan felicidad pueden traernos lucidez. Y así imagino yo a muchos libros, como luces en las sombras que nos rodean, luces dolorosas en las que nos apoyamos para escapar pero que también nos permiten ver lo que somos y dónde nos encontramos. Y ver, y vernos, es un ejercicio donde en muy pocas ocasiones se alcanza un final feliz.
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