martes, 10 de abril de 2007

Todo el mundo miente


Esta máxima, que el doctor Greg House suelta capítulo sí y capítulo también en su admirada serie, me viene bien para plantear una pregunta: ¿Puede un narrador mentir? En cualquier historia la voz del narrador es la que nos lleva de la mano por los vericuetos de lo contado, es la que nos guía, a veces firme y a veces con no pocos temblores, hasta la conclusión, si la hay. La voz es la historia, la primera persona con sus inseguridades (vease las narraciones de novela negra), la tercera con su poder inmenso, que todo parece saber. Existen, tanto en el cine como en la literatura, muchos ejemplos de voces que mienten (hasta en una novela de Agata Christie el narrador mentía, ocultando así la verdadera naturaleza de los hechos narrados), e incluso voces desquiciadas (vease Carretera Perdida de David Lynch, historia de crímen contada por un narrador esquizofrénico) o poéticas (La delgada línea roja, o la guerra contada subjetivamente).
La voz que nos susurra al oido nos manipula, nos engaña, y nosotros tan felices con ese engaño (no siempre) consentido. Cuando la voz del narrador miente, se produce una extraña tensión entre el lector y lo que lee, pues descubre que aquello a lo que se está asomando no es como le cuentan, y a veces es el propio narrador el que da cuenta de esta estrategia como el protagonista de Lo que queda del día, de Ishiguro, haciendo que la historia se convierta en una dolorosa y brillante confesión.
La voz-delirio, una y muchas, es la que nos pierde en muchas novelas, como es el caso de Yo de de amar una piedra, de Lobo Antunes, o Qué haré cuando todo arde, voz-voces, laberinto.
Asi que es cierto que todo el mundo miente, y en la ficción, también.

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