domingo, 30 de noviembre de 2008

Oficio de memoria


Cuando perdemos a un ser querido hay varios grados de pérdida. Uno de ellos es la pérdida de la memoria. Esa persona es, en sí misma, un recipiente de memorias que tienen, seguramente, un sentido. Quién es el que recuerda, los que vivieron con él, los acontecimientos de su vida y cuál fue su propósito. Todo eso forma parte de nosotros y de los que nos rodean, todo eso o al menos parte de eso puede perderse cuando muere el depositario de esa memoria.
De esa pérdida habla, entre otras muchas cosas, Philip Roth en Patrimonio, historia de la muerte de su padre y de cómo se fue acercando a Herman Roth, a su vida y su enfermedad. A Herman Roth le diagnosticaron un tumor cerebral a los 86 años y, a partir de ese momento, toda su vida se concentra en seguir adelante. Nada extraño en él pues toda su vida se había caracterizado por la determinación feroz de salir adelante, vivir, seguir viviendo. Ante la enfermedad y el final de su padre, Philip Roth se ve abocado a un proceso doloroso de entendimiento y memoria, entendimiento de su propia identidad y de la relación con su padre, memoria de lo que éste ha sido y de lo que significa todo eso para él. El retrato de Roth de esos últimos meses contiene muchos detalles, a veces humorísticos, a veces amargos, sobre Herman Roth, su caracter, el hecho de ser judio, la terrible apisonadora de la vejez, la altura con la que miramos al mundo cuando somos jóvenes o ya en la madurez. Histora de momentos, de palabras difíciles de escribir, de cómo contar lo que no queremos contar, hecha de una prosa límpia y afilada, contada con rabia, con dolor, con afecto, con elegancia.
Este es un libro hermoso, extrañamente cercano y verdadero, no sólo por que lo que nos cuenta ha pasado sino por que su vocación es la de ser fiel a los hechos, por muy doloroso que esto pueda ser.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Dioses y hombres


Antes me gustaba más el cine que hace Ridley Scott. Quizá se deba a la huella tan fuerte que dejó en mí Blade Runner, y que aún hoy resuena con mucha fuerza en mi memoria. Junto con Alien, ambas son películas fundamentales no solo de la ciencia-ficción, y su peso e influencia han sido muy notorios. Pero bueno, el caso es que Scott (Ridley) rueda mucho cine últimamente y hace unos días fuí a ver Red de mentiras, lo último que ha hecho. La verdad es que, en conjunto, no me gustó mucho esta historia de espías en esa zona del mundo tan activa en los últimos años. El tema del terrorismo de raiz islamista y cómo lo combate Estados Unidos es una de las constantes que nos rodea cada día. La película de Scott se adentra en este meollo mostrando algunas de las tripas del asunto y llegando (me parece a mí) a conclusiones no muy halagüeñas sobre el futuro próximo.
Pero más allá de la trama y del empaque visual que Scott le ha dado a esta historia hay algunos apuntes que me parecen muy interesantes. Hay dos puntos de vista, el de Russell Crowe (Su personaje se llama Ed Hoffman y es un alto cargo de la CIA que se encarga del espionaje en la zona de Oriente Próximo), y el de Leonardo DiCaprio (un agente sobre el terreno que se llama Roger Ferris). La mirada del primero es la mirada de los dioses, casi siempre está hablando por móvil con su agente o lo ve manejarse gracias a satélites y aviones espía, siempre desde las alturas en su Olimpo tecnológico, contemplando a su criatura a la que maneja a su antojo. El segundo tiene una mirada terrenal, violenta, humana y más compleja, ha de luchar contra las maniobras de su jefe que, en ocasiones baja a la tierra para re-dirigirlo o provocar movimientos caprichosos de la trama. En este aspecto, la historia que nos cuenta la película no es que sea muy novedosa por que los dioses y los hombres han jugado a esto mucho tiempo.
El otro detalle interesante es el contraste entre la aparentemente todopoderosa tecnología de los dioses y las maneras primitivas, medievales de los terroristas. La película sugiere que aunque los norteamericanos pueden, literalmente, "verlo todo", no comprenden lo que están viendo, con lo que ese poder se torna inútil al no entender las claves, las reglas de la situación. Su manera de hacer las cosas es exagerada, tosca, y no siempre consiguen lo que quieren.
En fin, una historia de cine político (con toques visuales marca de los hermanos Scott), y una conclusiones nada agradables sobre lo que sigue a continuación.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Ceremonias otoñales


Ya se que hace rato que estamos en otoño pero, al menos para mí, hay dos momentos que marcan, más claramente que cualquier otro, la realidad otoñal. El primero es el que corresponde al cambio de hora que se realiza el último fin de semana de octubre y del cual, a estas alturas, hace ya una semana. Ese cambio de hora siempre me ha desconcertado y las mismas preguntas tontas me surgen una y otra vez: ¿de dónde viene la hora que nos "regalan" con ese cambio? ¿Es la misma hora que nos quitaron en primavera? Si es así, ¿qué ha hecho esa hora viajera durante este tiempo? Quizá influenciado por los libros sobre los que trabaja mi lunática particular, me imagino que a las dos de la mañana del pasado sábado, entraba en todos los rejoles a la vez una hora (no se por qué la veo con sombrero y maleta, algo bronceada), que saluda a sus compañeras de reloj y éstas, más envidiosas que alegres, le preguntan cómo le ha ido, qué lugares ha visitado, si este año ha sido más movido que el pasado, en fín, ese tipo de cosas que se cuentan las horas entre sí cuando tienen tiempo. Y mientras, nosotros, ajenos a estas confidencias horarias, nos despertamos con un jet-lag espeso que nos hizo sonambulear el pasado domingo (bueno, yo sigo un poco desvelado por esa hora de más que me desajusta), y no era extraño ver a la gente caminar despacio, confundida y con una especie de tristeza adelantada por aquello de que a las seis de la tarde ya se ha ido el sol. A mí, estas tardes tan oscuras me hacen recordar cuando era un chaval, amante del bocata vespertino y de leer tebeos en una mesa camilla, en fin, vidas de aventuras constantes. Pero ahora, sin tebeos y sin mesas camilla, extrañamente sin tiempo a pesar de esa hora de más venida de vaya usted a saber, esa oscuridad me pone un poco de mal humor. Claro que es un mal humor de segunda, sin efectos secundarios permanentes.
La otra ceremonia otoñal por excelencia es la visita a los cementerios el primero de noviembre. A mí, antes, me encantaba visitar los cementerios por todos los santos. Me parecían lugares raros, llenos de silencios ruidosos, de un olor dulzón a flores un poco pasadas y de fotografías antiguas. Además, la visita a las calles atestadas del cementerio de mi pueblo en el día de los santos tenía mucho de reunión familiar, de puesta al día, de atestado notarial del paso del tiempo en las caras de los demás. Con el tiempo, como vamos dejando pedazos de nosotros en esas calles y algunos de nuestros silencios, me ha parecido mejor distanciarme de ellos. Ese cementerio, mi cementerio, me parece, a pesar de estas más lleno que antes, un poco más solitario. Me recuerda que es otoño, que anochece antes, que no sabemos qué hacer con una hora salida de vete a saber dónde que, más que regalada, parece prestada y es algo inútil por que allí, en las empinadas calles llenas de flores, no te permite recuperar nada. Si acaso, mirar a esas fotos que encierran rostros que conociste y poco más.
Feliz otoño.