sábado, 19 de julio de 2008

Genero y números


Leo en el Babelia de hoy un par de artículos sobre la extraña situación del género de ciencia ficción en la actualidad. Las ideas que transmiten los autores son un poco pesimistas y están relacionadas con la ausencia de figuras relevantes en la ciencia ficción tras la desaparición de los grandes maestros y en que la ciencia va cada vez más rápida y se convierte, no en una visión de un futuro más o menos lejano sino en el paisaje cotidiano.
Además, parece que otros géneros más o menos emparentados como el fantástico están copando a los nuevos lectores (¡gracias, Harry Potter!), y casi me atrevería a decir (aunque lo diré en voz baja) que el adjetivo "ciencia" del nombre de este genero no ayuda precisamente a captar a jóvenes que quieran leer, quizá pensando en que lo que se les ofrece es un árido y pesadísimo tratado de cosas incomprensibles. La fantasía, aunque enraizada en un contexto más o menos científico, acaba deslizándose en la mayoría de los casos hacia terrenos de naturaleza mística donde lo sobre-natural es lo que mola.
No se si relacionar dos artículos del mismo periodico leídos el mismo día, puede ser un buen ejercicio pero el caso es que, por casualidad, leo también hoy que un análisis de los resultados de selectividad de este año dejan claro que los examinados tienen un bajo nivel de matemáticas (y de ciencias en general).
Sí, ya se que se lee ficción por muchas y muy diferentes razones pero, puestos a relacionar, si un alumno medio de bachillerato le tiene tirria a las ciencias duras en general, veo improbable que se decida a leer historias donde esa misma ciencia que no le gusta es uno de los elementos de la historia.
Será que, después de todo, las ciencias están de capa caida por que no sabemos enseñarlas, o transmitir su encanto y su necesidad, su belleza y poder. Será que el alumno de bachillerato medio, en el caos nada tranquilo de su vida y sus gustos, se decanta por leer aquel o aquellos libros que le cuentan el mundo desde la altura de su mirada (sus problemas, fantasías, lo que sea), y en esa mirada no está nada que tenga que ver con la ciencia.
Y es una pena por que entonces se está perdiendo mucho de la belleza del mundo, se está perdiendo Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas, se está perdiendo el ciclo de la Fundación, y El Juego de Ender, y también La máquina del tiempo, y Neuromante, y muchas otras novelas que, aunque lleven la etiqueta de "Ciencia Ficción", no son sino historias sobre nosotros, sobre el ahora, precisamente sobre lo que vemos a la altura de nuestra mirada.

domingo, 13 de julio de 2008

Invisibilidad


Leo en el número de julio-agosto de Cahiers du Cinema (siempre quise escribir esto ...) una serie de artículos sobre lo que llaman "cine invisible". Cine que no vemos por falta de distribución en España. Y ese cine que no vemos no está formado únicamente por películas de paises lejanos de esas que solo se proyectan en festivales y que se llevan un montón de premios. Son películas de muy diverso origen, de grandes y pequeñas productoras, con premios y sin ellos, buenas, malas y regulares. Cine que para nosotros, simplemente, no existe, por que al no ver una película, la condenamos al limbo de lo que no ha podido ser.
El fenómeno puede ser considerado como bueno o malo pero deja detrás la duda de las razones por las que esas películas no llegan. ¿Quién decide lo que se ve o no se ve? En el caso de las películas, son las distribuidoras las que ejercen esta tarea aunque por razones que muchas veces no acabo de entender. Más allá de los taquillazos, de las películas que todos vemos, hay muchas otras que, seguro, tienen un público dispuesto. Claro que, en tiempos del Emule y derivados, donde todo puede verse, parece que cada cual hace en su casa el trabajo de las distribuidoras. A poco que uno sea un poco sufridor y se plantee ver pelis en versión original (con o sin subtítulos), tiene al alcance de su ordenador todo el cine (clásico, moderno, posmoderno, analógico y digital) que quiera.
Otra causa de invisibilidad puede ser, paradójicamente, el exceso de oferta. Esto es lo que parece suceder en el mundo editorial ya que, en estos tiempos en los que nadie lee (salvo el Gremio de Editores), la oferta de libros es la mayor que yo recuerdo. Hay multitud de títulos de infinidad de editoriales y, siento confesarlo, la sensación que a veces me invade cuando voy a una buena libreria es la del agobio: no tengo tiempo para tantos posibles libros. Bueno, ese no tener tiempo es culpa mía ya que mi velocidad lectora es, como poco, ridícula. Acabo de empezar Vida y Destino, de Grossman, novelón de unas mil cien páginas y no se cuando voy a terminar (si es que lo logro). El tiempo dedicado a este libro me podría servir para leer otras cosas si me lo planteo como un simple problema de sumas y restas pero, por suerte, leer no ha sido nunca eso.
Pero volviendo al tema, la invisibilidad para los libros tiene muchas razones: demasiada competencia, vidas imposibles en la mayoría de los casos más allá de la primera edición, situaciones infames en las librerías (el último rincón del último expositor justo detrás del cartel gigante del Juego del Ángel de Ruiz Zafón), portadas horribles, ni una sola reseña en ni un solo suplemento literario ni blog ni nada de nada, etc.
Puede ser entonces que nos estemos perdiendo excelentes pelis y excelentes libros. Pero el tiempo y razones que se escapan a mi control hacen que esto forme parte del ruido del mundo, del crecimiento del desorden y de la cada vez mayor velocidad de las cosas.

domingo, 6 de julio de 2008

Monstruos


De chaval me encantaban los libros de Stephen King. Los leía en verano, casi de forma compulsiva. Comencé por Cujo, que no acabó de gustarme, continué con Carrie, y a partir de ahí seguí leyendolo, primero en bolsillo, en la colección Los Jet de Plaza y Janés y en Grijalbo, después me pasé a la tapa dura y leí It, algo así como el compendio de todo lo escrito por King hasta ese momento. Unos años más tarde, tras leer Misery, lo dejé de lado y así sigue. No se por qué, la verdad, quizá fue debido a que leí un par de libros horrorosos escritos por él y ya me dije eso de hasta aquí, o bien a que yo quería leer otros autores. He vuelto a leer a King esporadicamente, y aunque me digo a mí mismo que debería volver a alguno de sus mejores libros, la verdad es que no he puesto mucho interés.
Quizá sea que el Stephen King que leí a mis casi veinte años es tan irrecuperable como aquel tipo que yo era entonces. Algo parecido me pasa con El señor de los Anillos, no creo posible volver de momento a esos mundos y a esas novelas.
Pero aún así, de vez en cuando me sorprendo viendo (más que leyendo) alguna adaptación de relatos o novelas de King. La última ha sido La niebla, dirigida por Frank Darabont, un fan de King que ya ha dirigido dos relatos carcelarios de King, Cadena Perpetua y La milla verde. En su origen La niebla es una novela corta que forma parte de un conjunto de cuatro que fue publicado en España por Grijalbo en dos volúmenes separados. De los cuatro relatos, tres (creo) ya han sido adaptados, La niebla, Cadena Perpetua, y Alumno aventajado, síntoma de que, o bien a los productores les gusta King, o bien de que alguien le ha pagado al bueno de Stephen una millonada por derechos de adaptación al cine de todo lo que escriba.
El relato de la niebla me encantó. Tiene un tono apocalíptico cercano a los horrores de H. P. Lovecraft, un universo al que King se ha acercado de vez en cuando, aunque la historia se centra más en las reacciones de un grupo de personas atrapadas por algo imposible de lo que no pueden escapar, que en describir en detalle todo tipo de monstruos raritos. La película coge el relato y se mantiene muy fiel a él, convirtiendose en una excelnete descripción de la descomposición de las normas sociales y de lo racional ante una amenaza. La niebla es el lugar donde viven los monstruos que acechan a los protagonistas pero, al mismo tiempo, los monstruos somos también nosotros ya que, en vez de unir fuerzas para luchar contra lo que nos acecha, aparece lo peor que llevamos dentro, los miedos, las sombras ruines, la envidia, el odio al otro, algo que parece retratar, aunque sea involuntariamente, la parte más reaccionaria de una sociedad como la americana, amenzada por algo sin forma que golpea con crueldad.
La película llega un paso más lejos de donde acaba la novela original y, llevando la historia a su límite y con absoluta coherencia, resuelve en un final negrísimo, terrible, que aún resultando lógico con lo contado hasta entonces, borra de un puñetazo toda posibilidad, no ya de final feliz, sino de cualquier resquicio de esperanza.
Este es un signo de los últimos tiempos, en los que hemos visto toda una serie de pelis que se plantean finales del mundo desde muchos puntos de vista, aunque siempre como consecuencia de nuestras propias acciones (vease Soy Leyenda o El incidente). En un libro reciente de Kurt Vonnegut, Un hombre sin patria, este autor comentaba, con una ironía sangrante, que ya no hay nada que hacer ante un final del mundo para el cual ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. La niebla plantea ese escenario final en un contexto fantástico pero contándolo con tono realista y sin concesiones a posibles finales felices. Tras verla, la verdad es que a uno no le quedan ganas de mucho pero a pesar de ello todavía pienso que, a diferencia de lo que opina Vonnegut, aún existen salidas.
Lo que no se, es si en estas salidas habrá monstruos o no.