miércoles, 23 de abril de 2008

Regale un libro (o dos)

Regalar es algo realmente complicado. Regalar un libro es algo realmente muy complicado. En la mayor parte de los casos fracasamos en el intento de que el objeto del regalo, el libro, le guste a aquel a quien lo regalamos. Y esto se puede deber a una o varias confusiones. Pensamos que nuestros gustos en cuestión de libros y los gustos de aquel a quien regalamos son los mismos, o similares. Creemos saber que lo que un libro puede ofrecer es precisamente lo que está necesitando aquel en quien pensamos. A veces, de forma extraña, acertamos.
Durante algunos años, cuando tenía que regalar algo, siempre escogía Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza. He de confesar con cierto sonrojo que llegué incluso a regalarlo dos veces a la misma persona, la cual, para mi desgracia ya se lo había leído la primera vez que se lo regalé y me lo recordó la segunda vez. Desde aquel suceso lamentable, solo le regalo libros a Clara y reconozco que el porcentaje de aciertos no supera el 40-50 por ciento. Mi mayor éxito fue La quinta mujer, de Henning Mankell, libro éste que ella devoró y que se convirtió en el primero de muchos otros de este autor.
Hoy, día del libro, he de buscar otros libros para regalar y siempre me aborda el mismo sentimiento confuso. Los libros me dan muchas cosas: preguntas, sombras, sonrisas, dudas, tensiones, placer, inquietud. Los buenos libros me cambian. Los malos se limitan a dejarse leer sin aportar nada. Se publican muchísimos libros. Cada visita a las librerías o bibliotecas me sitúan ante mi propia ansiedad al saber que no seré capaz de leer aquello que me apetece. Ahora mismo tengo por delante libros largos, cortos, dos nuevos de Lobo Antunes, apuestas, sorpresas, decepciones, muchos ratos pasando páginas.
No se por qué se regalan libros. No se por qué se leen libros. Pero en mi caso, es una cuestión de egoísmo: me lo paso muy bien con ellos, me suelen dar mucho más de lo que les pido.
Feliz día del libro.

lunes, 7 de abril de 2008

El evangelio según Eduardo Mendoza


Recuerdo que descubrí a Eduardo Mendoza a través de El misterio de la cripta embrujada, una novelita que me hizo pasar unos ratos estupendos hace ya mucho tiempo. El inicio de la novela no se me ha olvidado, prueba de que la memoria es caprichosa como ella sola, y además, un pelín cachonda. Esta vena de Mendoza de escribir una especie de novela policíaca inclasificable, donde lo de menos es quien mató a quién (aunque salvo, quizá, en El laberinto de las aceitunas, todo está perfectamente cerrado), y lo de más es pasar página a ritmo de sonrisa o carcajada, a mí siempre me ha gustado mucho. No se si éste será otro Mendoza diferente del escritor de La ciudad de los prodigios, o Una comedia ligera, o La verdad sobre el caso Savolta. Creo más bién que este Mendoza es también, junto con los otros, uno de los mejores escritores españoles y sin duda uno de los que mejor trata a los lectores.

Llegado a este punto, he de decir que El asombroso viaje de Pomponio Flato me dejó a cuadros. Claro que no debería, por que Mendoza se ha acercado a la ciencia ficción, lo mismo que al culebrón decimonónico, así que, ¿por qué no una novela policiaca ambientada en Judea, con personajes como el niño Jesús, sus padres María y José, su primo Juan y hasta el mismísmo Judá Ben-Hur? Dicho y hecho, aquí están todos junto a Pomponio Flato, fisiólogo que en su ansia de saber va buscando fuentes mágicas por las tierras del Imperio, lo cual no hace sino empeorar los problemas de su organismo (flatulencias y meteorismo, los cuales, se dejan notar en los momentos más intempestivos). Pomponio tiene una mala suerte digna de Philip Marlowe. De hecho, al principio de la novela, se encuentra hecho unos zorros y ante una tribu que no sabe si darle por culo y matarlo o bien darle cobijo y alimentos.
Aquí está todo lo que esperamos de una novela policíaca, el detective privado, los pasados ocultos, la violencia sin sentido, pero también está todo lo que esperamos de Mendoza, una extraña melancolía y una sonrisa permanente, de esas que te hacen sentír bien. Y uno se encuentra con que en esta historia tanto los dioses (el que no se puede nombrar y aquellos que no paran de nombrarse), como los humanos enredan una trama que es una especie de evangelio apócrifo (milagros incluidos), ya que nos "aclara" muchas de aquellas cosas que creíamos conocer y ofrece una versión alternativa sobre unos hechos y unos personajes que suponiamos muy conocidos.
En fin, un libro muy divertido, que bajo su ligereza deja ver muchas pinceladas de profundidad, y que yo le agradezco al maestro Mendoza.