domingo, 23 de marzo de 2008

Viajes interiores

Acabo de terminar de leer El afinador de pianos, de Daniel Mason (Salamandra), y tengo la sensación agridulce de lo que no te acaba de gustar del todo. El libro parte de una anécdota jugosa. 1876. El prota, Edgar Drake, es un afinador de pianos inglés al que el ejército reclama para una misión extraña: un oficial en un puesto de mando en el interior de Birmania reclama los servicios de un afinador. Este oficial es médico, es excéntrico y brillante, y ya había conseguido que le enviaran un piano hasta su fuerte en mitad de la selva, un piano que ahora se encuentra desafinado. Drake, intrigado y movido por intenciones que él mismo desconoce, acepta el encargo para viajar hasta un pais y una cultura que no entiende y, de paso, aceptar un destino que él mismo parece no aceptar.

La historia sigue derroteros que la emparentan con El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, pero un poco a la inversa. Si en Conrad lo salvaje es un reflejo de las fuerzas más oscuras que nos habitan, aquí tenemos buenas intenciones, un deslumbramiento que hace que Drake se plantee cuál es su verdadera naturaleza. En esta novela también hay reflejos de La odisea, ya que el viaje del protagonista parece basado en el contraste y lo que surge de él. Además, tenemos la sensación de que los protagonistas son meros peones en un juego que no conocen, donde los dioses (aquí la política) se mueven (y los mueven) a su capricho. Por último, algunas imágenes muy bellas de la novela me recuerdan la película El piano, de Sally Potter.

Y aunque hay buenas ideas también hay una prosa que se alarga demasiado, que se entretiene en detalles nimios creando más impaciencia que deleite. Hay un mal dibujo de los personajes. El protagonista es un poco pánfilo de más, quizá lo que el autor supone quintaesencia británica, con una especie de represión emocional constante, de envaramiento que casi no avanza y que, cuando por fin lo hace, ya casi no nos importa. En cuanto a su antagonista, Anthony Carroll, éste debería ser más ambigüo, y su supuesta grandeza debería contener las inevitables sombras de un personaje con aires de mito, pero estas sombras no llegan a aparecer del todo, y se queda desdibujado. Los conflictos llegan tarde y mal, y acaban por amargar los buenos momentos e ideas que tiene la novela: el papel que juega la música en la historia, la fascinación por otras culturas y sus consecuencias, el viaje externo como reflejo del interno.

Al final, queda una sensación de logro a medias. Quizá esto se debe a que es la primera novela de su autor, y por ello es muy ambiciosa. Pero sucede también que notas al leerla que tiene elementos colocados por que el autor lo quiere y no por que, simplemente, tengan que estar ahí. Así, cuando se le notan las costuras a una historia, es que algo no acaba de funcionar.







domingo, 16 de marzo de 2008

Distancias cortas

Hay un encanto especial en los libros cortos. Son, en el mejor de los casos, tragos intensos cuyo sabor se recuerda tiempo después y, en el peor, una pequeña pérdida de tiempo. Además, dada la escasez generalizada de tiempo y/o paciencia lectora, un libro corto puede parecer más apetecible que uno largo. Ya se que comparar distancias lectoras no es un ejercicio gratificante y que un lector se mueve en función de muchas variables, no solo el número de páginas o el peso de la edición en tapa dura. Hace unos días, un familiar me contaba que había comenzado a leer Un mundo sin fin, de Ken Follet, novelón de más de mil páginas, y que lo había dejado allá por las seiscientas páginas. La razón: ya sabía lo que iba a pasar en las otras cuatrocientas. Había llegado tan lejos con la ilusión de que la historia lo sorprendiera pero eso no ocurrió. Yo he de confesar que no habría llegado tan lejos.



Aquí van dos libros cortos y (en mi opinión) buenos.


El primero, Un pedigrí, de Patrick Mondiano (Anagrama), es la historia de la vida del autor hasta la publicación de su primer libro, la formación catastrófica y triste de un joven escritor. El libro es un catálogo de seres rotos, desde los padres del autor, una actriz belga y un judío francés que se dedica a estafas varias en el París de la segunda guerra mundial, hasta el extraño mundillo que los rodea. Modiano retrata estos años con dolor, con una ausencia de nostalgia pero buscando comprendrer a sus padres y a sus decisiones, con un lenguaje preciso y precioso. Se define a sí mismo como "un perro que hace como que tiene pedigrí", un hombre que se va haciendo a base de sombras y de huidas y que alcanza una madurez dolorosa atravesando un mundo lleno de gente rota al llegar a las últimas páginas.



El segundo es Amarillo, de Felix Romeo (Plot). Libro este sobre una desaparición, la de Chusé Izuel, amigo del autor que se suicidó en 1992, siendo un joven escritor que no pudo superar la dureza del mundo. Romeo traza en este libro una especie de elegía y de pregunta continua sobre el suicidio. Busca, en los textos del propio Izuel, pistas, huellas, miguitas de pan que le conduzcan a la razón de que su amigo saltara por un balcón. Este acto es como un desgarro en la realidad y su presencia parece pesar sobre los que sobreviven. Como una especie de puzzle donde al final no se busca sentido a lo que no lo tienen sino algo posible, como levantar acta de las razones para hacer algo así (dolor de vivir, desamor, aspereza de los días), llegamos al final sin saber demasiado. Este libro no es una investigación policial, ni un mapa de la vida de Izuel, ni muchas otras cosas. Este libro deja un poso de inquietud, de sinrazón, de oscuridad extrañamente luminosa.

viernes, 7 de marzo de 2008

Detalles

De la crónica de Eduardo Mendoza de Chesil Beach, de Iac McEwan, publicado en Babelia, el sábado 1 de marzo de 2007,
"No es preciso que un escritor atribuya carácter simbólico a los detalles, ni siquiera que repare en su posible interpretación. En una obra coherente los detalles adquieren valor simbólico en la conciencia del lector, tanto si lo busca como si no, y este simbolismo de los detalles, sobre todo si no es explícito, es lo que da grosor al relato y lo diferencia del mero atestado."

domingo, 2 de marzo de 2008

No es pais para viejos


La verdad es que soy un fan del cine de los Cohen desde que hace ya unos cuantos años conseguir ver Sangre fresca, su primera peli, de la cual todavía recuerdo dos o tres escenas que me impactaron. Los he seguido con dedicación, y pienso que Muerte entre las flores, Barton Fink y El hombre que nunca estuvo allí son historias magníficas. Me gusta su mirada sobre las cosas y sobre las personas, esa manía que tienen de fijarse en tipos raros y violentos. No me acaban de convencer sus comedias salvo Arizona Baby. Y todo esto no me sirvió de mucho para prevenir lo que iba a ser No es pais para viejos.

He aquí una película extraña. Una historia cruel, violenta, pero que al mismo tiempo te engancha desde el principio. Una historia que no solo se ve, que casi se huele: el polvo, la sangre seca, el sudor. Una historia que se respira, con un ritmo que se convierte en implacable. No hay humor, solo una negrura luminosa que persigue a todos los que aparecen en ella, desde asesino al que interpreta Javier Bardem hasta el sheriff cansado que retrata con precisión milimétrica Tommy Lee Jones. Dicen los que han leido la novela de Cormac McCarthy que la adaptación es ejemplar. De cualquier manera es una película que te congela la respiración. Tiene, eso si, una conclusión extraña, como he dicho al principio, una especie de contra-climax que desarma todas las espectativas puestas en ella ya que cambia el punto de vista con el que está contada de forma radical. Si casi toda la historia se cuenta desde la peripecia del personaje de Josh Brolin, al final miramos desde los ojos de Tommy Lee Jones, de manera que el suspense se convierten de repente en elegía e incomprensión. El mundo, parece decirnos este personaje, no tiene sentido, ni lógica, ni reglas. El mundo es cruel, violento, absurdo. No hay reglas. No hay nada.

La carrera se convierte en quietud, y lo que queda es un desasosiego amargo.

Nada es como debería haber sido.

Quizá por ello me gusta tanto esta historia.