lunes, 12 de febrero de 2007

Viajes por Paul Auster. La ciudad de cristal


Como ya comenté en un post anterior, descubrí a Paul Auster hace ya unos 12 años, en una edición de bolsillo de Anagrama de su Pais de las últimas cosas que leí durante un viaje de verano a Santander. No tenía entonces ninguna referencia sobre Auster y si había comprado aquel libro fue por que ojeé su principio y me enganchó. Parecía una novelita de ciencia ficción pero resultó ser mucho más. Acabada la odisea de Anna Blume, busqué otros títulos de Auster y encontré que la no se si extinta Editorial Júcar había publicado tres novelas cortas de este autor, La ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. Aunque las traducciones de Júcar eran horribles (yo había sufrido las ediciones de las novelas del ciclo de Matt Scudder de Lawrence Block con una traducción que parecía hecha a jirones), me decidí a leerlas. Y cuando comencé La ciudad de cristal, ya nada fue igual...

Me leí las tres novelas en una semana, casi hipnotizado. La ciudad de cristal me había dejado sorprendido, tenía tal cantidad de ideas, de relaciones, usaba todos los códigos de una novela de detectives convencional pero para hacer algo completamente diferente, un viaje tan alucinado que resultaba enloquecedor. Creo que en esta novela ya estaba (casi) todo Paul Auster, un novelista que entonces me parecía más preocupado por las ideas con las que trabajaba que por cerrar sus historias, unas historias que eran tan abiertas como atrayentes. Me encantaba esa facilidad de Auster para combinar elementos totalmente dispares y crear esos laberintos.

Todo el disfrute que me proporcionaban esas historias llegó al punto máximo con La invención de la soledad. Libro-rompecabezas, me parece una extraña mezcla de ensayo-autobiografía imposible de definir pero también magnífico.

En aquella época, en aquel verano, Auster se convirtió en mi escritor favorito. Lo tenía todo para que saliera corriendo a comprar cualquier cosa que llevara su nombre. Algo que hice. Pero, con el tiempo, descubrí que algo había cambiado en sus libros. No supe exactamente qué era hasta que terminé, hace unos días, Viajes por mi scriptorium.

Pero antes de ir al desenlace de esta historia, quisiera contar un curioso giro azaroso que me sucedió sobre Paul Auster, sobre los libros de Paul Auster, y que creo incluso le gustaría a Paul Auster (o no). Mi mujer tiene es una lectora de las que hacen época. Cuando nos conocimos hablábamos mucho de libros y autores aunque creo que no le mencioné a Auster. Creo, no estoy seguro, pero el caso es que un día me regaló un comic. Yo no he sido lector de comics hasta hace poco y en aquel entonces me sorprendió mucho el regalo. Lo más curioso es que el comic en cuestión era una novela gráfica de La ciudad de cristal creada por David Mazzucchelli y Paul Karasik a partir de la novela de Auster. Estaba editada por Ediciones La cúpula y dividida en tres partes. Yo recelaba de aquella adaptación por que había creado mi propia adaptación, le había puesto rostro a todos los personajes y estaba convencido de que no me iba a gustar en absoluto. Debo decir que me equivoqué. Me pareció una idea espléndida y como mi mujer me había regalado solo la primera parte, le pedí que me consiguiera las otras dos. Tras buscar unas semanas tenía la obra completa. Años más tarde, Anagrama la publicó en un solo volumen, supongo que por aquello de rentabilizar el Premio Principe de Asturias y sacar al mercado todo lo que existiera de Auster. Añado que mi mujer no había leido nada de este autor hasta Brooklyn Foolies, el libro que todo el mundo ama de Auster y el que para mí está más lejos de aquella ciudad de cristal que me sedujo hace ya algunos años.

Asi que tengo dos ciudades de cristal, la de la Editorial Júcar, la novela gráfica, y debería comprar la trilogía de Nueva York editada por Anagrama por aquello de tener una traducción en condiciones.
(Continuará...)

viernes, 9 de febrero de 2007

Leido en contraportadas


Reinvidico, desde hace ya algún tiempo, la figura del lector de contraportadas. De hecho, lo único que me apetecía leer hasta hace no mucho era contraportadas (se acaban pronto, son intensas y no comprometen, y yo estaba en crisis lectora). Este ejercicio, sin ser especialmente gratificante, permite obtener la satisfacción breve pero intensa de creer que se ha hecho algo cuando no es así, y además permite descubrir con cierto estupor cuestiones curiosas tales como que Stephen King ha leído (y le han gustado) más libros de los que ha escrito, ya que no hay libro americano de suspense, terror o cualquier otra cosa que no haya leido. Cada editorial tiene su estilo de contraportada. Las hay prolijas, con mil y ún detalles y alabanzas unánimes sobre la calidad del texto (Anagrama), las hay artísticas y desnudas (Planeta, Mondadori), las hay fifty-fifty (Tusquests), en fin, lo que se quiera. No se muy bien cual es su intención. Supongo que enganchar a un posible lector aunque esto es discutible. Si te gusta el autor y vas a por el libro, te da igual si la contraportada aporta algo o no. Si no lo conoces, generalmente busca captar tu interés con un breve resumen del inicio de la historia y frases ambiguas sobre lo que sigue, frases que han de llevarte a que te preguntes cómo estará aquel libro... Y si no estas del todo convencido, suelen rematar la faena con uno o varios comentarios laudatorios de gente que sabe de lo que habla, generalmente críticos literarios o afines, o simplemente nombres que conoces como en el caso de Stephen King.

A veces encuentras frases que me hacen pensar y por ello quisiera crear una sección de cositas leidas en contraportadas.

Para empezar, de entre las múltiples imágenes que San Google proporciona al introducir la palabra "contraportada", me he quedado con una de Las venas abiertas de América Latina, de mi muy admirado Eduardo Galeano.

martes, 6 de febrero de 2007

Tiempos detenidos y universos en expansión


Debo reconocer que soy bastante compulsivo cuando leo. Si me gusta un autor que he descubierto por casualidad busco varios libros del mismo y trato de leérmelos de un tirón, así, a lo bruto. Me pasó con Paul Auster, del cual leí en un viaje a Santader su Pais de las últimas cosas en la edición de bolsillo de Anagrama en un mes de julio de hace algunos años, y tras quedar fascinado con ese libro, me leí tres más, y luego otro más, y otro, y así hasta Viajes por el Scriptorium. La última vez que me pasó esto fue con César Aira, del cual leí El mago y otros cuatro más el pasado verano. Pero quizás el autor que me ha dejado más noqueado y al cual vuelvo siempre es Antonio Lobo Antunes.

Si no recuerdo mal el primer libro que leí de este autor fue un librito que sacó Alfaguara en una efímera (y muy barata) colección que se llamaba Alfaguara 100 (ó 200). Este librito es Sonetos a Cristo, una selección de crónicas de Lobo Antunes. De ahí pasé a su Manual de Inquisidores en la edición de Siruela. Confieso que leí este libro por la portada de esa edición, en concreto por la fotografía de su portada que me dejó bastante intrigado. Una vez que pasé la portada, la cosa se puso seria. Este libro me dejó maravillado, y desde entonces he leido y leo a Lobo Antunes por que escribe en el lenguaje del tiempo detenido, por que crea universos en expansión.

Las dos ideas son intrigantes. ¿Qué significa tiempo detenido? Todo sucede pero en un segundo, un segundo que es un año, una vida, un rato, no existe la distinción entre presente, pasado y futuro, los tres son la misma cosa. En cuanto al universo en expansión, sus historias son un sin fín de detalles que se amplian a cada página, que se vuelven sobre sí mismas una y otra vez hasta convertirse en un dibujo intrincadísimo y complejo en el que nos guía a su capricho. Sus novelas son viajes, viajes desquiciados y densos hacia la soledad, la locura, el deseo, la muerte.


Debo reconocer que no entiendo sus historias, que no creo que tengan sentido, que me conmueven y me dejan exhausto, que me hacen sufrir y reir. Que me encanta leerlo.


Y que espero como agua de mayo su último (o penúltimo libro), Ayer no te ví en Babilonia.