viernes, 26 de enero de 2007

Nadie lee, todo el mundo escribe



Comencé a escribir con un bolígrafo BIC hace ya algunos años, sobre todo durante los meses de verano, sentado en el salón de mi casa, sudando y descalzo, mientras llenaba hojas de papel con palabras sin apenas tachaduras. No se si lo que escribía entonces se puede considerar como “bueno” (es muy probable que sea horroroso, como casi todo lo que nos sucede en los años de la adolescencia aunque no seamos capaces de apreciarlo hasta mucho más tarde, cuando lo consideramos como una traición del tiempo, de las cosas y de nosotros mismos hacia nuestra memoria). Escribía durante horas, con perseverancia y sin método alguno. Tenía historias que contar y las contaba. Historias que nadie leyó aunque siguen todavía guardadas en algún rincón. Con el tiempo dejé de contar esas historias, dejé de escribir. Supongo que por miedo a tachar una y otra vez, por miedo a recomenzar, por miedo a que no pudiera contar ninguna otra historia.

Y ahora, por una extraña razón, escribo de nuevo. Pero escribo en un mundo donde nadie lee. Escribo en un mundo donde casi todo el mundo escribe.